26 de mayo de 2012

Fuera de la nevera

Ante la duda: a la nevera.

El Comidista lo acuñó neverismo y hace referencia a la manía de guardar todo en la nevera independientemente del alimento, su procedencia o su composición. 

El frío del aparato en cuestión altera las propiedades organolépticas de los alimentos y en sí supone uno de los electrodomésticos que más recursos consume, por lo que no sólo le resta el sabor al tomate sino que lo hace del modo menos sostenible posible.

Y, ¿dónde guardo, entonces, todo esto? 

Ha sido una sorpresa encontrar la web de Jihyun Ryou en la que muestra sus propuestas para mantener los alimentos frescos fuera de la nevera. Ninguna ha requerido de una elevada I+D pues la mayoría provienen del conocimiento popular. Y son realmente bonitas:


La porosidad de la cáscara del huevo hace que absorba olores del resto de alimentos de la nevera. Este estante ofrece un espacio ventilado para guardarlos y incorpora un recipiente para comprobar la frescura sumergiéndolos en agua.




Las manzanas producen gas etileno que acelera la maduración de las frutas y verduras guardadas con ellas. Con esta distribución las manzanas están ventiladas y previenen que la patata grille.


Estos recipientes con arena mantienen las zanahorias y otros tubérculos en vertical, posición en la que aguantan frescos por más tiempo, y con la humedad adecuada.


Las tapas de estos recipientes tienen una bolsita con arroz que absorbe la humedad y mantiene las especias en buen estado.



No hace falta que sean estos. No hace falta ni que se le parezcan. Sí hace falta que modifiquemos nuestros hábitos para hacerlos más sostenibles y nuestra comida más sabrosa.
Para que parezca que nos creemos eso de que Tierra sólo hay una. Muy a nuestro pesar. Únicamente a nuestro pesar.

22 de mayo de 2012

Incursión canela

Hace años vi un documental en el que demostraban que un bebé era capaz de distinguir entre dos gallinas totalmente idénticas para un adulto. Contaban que, a pesar de que el cerebro ya tenía los materiales, la casa estaba por construir y durante los primeros años de vida se fortalecerían determinados millones de conexiones sinápticas en detrimento de otras. Con el tiempo, el bebé aprendería a hablar y a no sorprenderse de que detrás de un "cu-cú" y de las manos de su madre apareciera siempre ella de nuevo, pero perdería la capacidad de distinguir entre esas gallinas. 

Sucede que no siempre se pierde lo mismo. Existen adultos en los que aún permanece parte de estas conexiones o que nunca se perdieron, brindándoles percepciones sensoriales que se nos escapan a la mayoría, asociaciones sorprendentes: el color de los sonidos o el sabor de las palabras. O porqué no, el aura de las personas. 


Sinestesia,

del griego syn (junto) y aisthesis (sensación).


Como casi todo lo que nos define, la sinestesia también tiene parte de genética y parte de ambiente, pero como en otros aspectos de esta caja negra, aún no se conocen los detalles. Se cree que la sinestesia podría estar asociada a una variación en el cromosoma X y esta alteración permitiría establecer asociaciones automáticas entre regiones cerebrales que habitualmente no están conectadas.

En muchas ocasiones este fenómeno se ha asociado con la creatividad de los artistas, las habilidades de los curanderos o las extraordinarias capacidades de los autistas, colectivos entre los que se da una incidencia mayor de sinéstetas.

Unos detectan el olor de las palabras, el sonido de los números o el color del campo energético que nos rodea.

Apenas ha habido que "alterar" a estos individuos, que rascar mínimamente la superficie…

Me produce un cierto vértigo imaginar de qué es capaz esto que llevamos a hombros.

Una bomba atómica bajo llave.